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Corría el año 1933, cuando tal día como hoy se celebraron en España las primeras elecciones generales con sufragio universal, al permitirse el voto femenino. Por aquel entonces Francia aún no lo permitía (sería en el año 1944 cuando el país vecino lo aceptaría) y el Reino Unido lo tenía desde hacía cinco años, 1928, aunque en el país anglosajón sólo podían votar las mujeres a partir de los 30 años.

España fue por tanto una de las primeras naciones en permitir el sufragio femenino, que había sido aprobado por las Cortes en 1931. Se les reconocía así el derecho de poder expresarse políticamente en las urnas en igualdad de condiciones que el hombre.

Siglos más tarde, en 1819, abría sus puertas el Museo del Prado en Madrid, bajo la dirección del marqués de Santa Cruz y del pintor Vicente López. El edificio había sido diseñado por el arquitecto Juan de Villanueva, que consagraba su trayectoria profesional con esta construcción que se convertiría en la sede de una gran pinacoteca que albergaría un gran tesoro artístico, siendo hoy en día uno de los museos públicos más importantes, y más antiguos del mundo.

Es considerado Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento y en él se hallan obras de importante valor artístico como La Gloria, de Tiziano, el Retrato ecuestre de la reina Margarita del pintor Bartolomé González. También se pueden contemplar pinturas de Goya en este museo.

195 años, casi siglos en sus muros y sigue ahí, siendo un imprescindible de cualquier visita a Madrid. Quién no ha descubierto otro tipo de asombro con Las Meninas, diseccionado ese gran cómic que es El jardín de las delicias o nos hemos quedado de piedra con las Pinturas negras de Goya. Pero, más allá de los cuadros mainstream, este museo tiene algo que hace volver.

El prado, que, efectivamente, era un prado. Se trataba del prado de los Jerónimos, un terreno adyacente al tan famoso monasterio de los Jerónimos. En sus inicios, recibió nombres tan poco originales como el de Museo Real de pinturas o el de Museo Nacional de Pintura y Escultura, pero la falta de gancho de estos nombres y el uso popular hizo que en 1920, decreto ley en mano, se decidiera bautizarlo con su nombre definitivo.

El Edificio Villanueva no estaba ideado para ser un museo de bellas artes. De hecho, Carlos III, que era un tipo muy de ciencias, tenía pensado destinarlo a ser la sede del Real Gabinete de Historia Natural. Con la invasión de Napoleón llegó la idea de crear un museo de la corte a imagen y semejanza de otros en Europa. Su nombre iba a ser el de Museo Josefino (en honor a Pepe Botella) y, aunque el proyecto nunca se llevó a cabo como tal, sí que sembró la concepción actual de este espacio. Fue Fernando VII el que definitivamente decidió alojar aquí las colecciones Reales y en 1819 abrirlo de vez en cuando al público.

A finales del siglo XIX, el museo estaba prácticamente abandonado, los trabajadores vivían en sus instalaciones y algunas salas se calentaban con hogueras. El gobierno central no reaccionó ante tal situación hasta que Mariano de Cavia publicó una falsa noticia de un incendio en la portada de El Liberal. La reacción de los madrileños ante este hipotético destrozo fue de tal estupefacción que el Estado se vio obligado a emprender reformas y cuidar mejor esta joya de nuestra cultura.

PABLO PICASSO, DIRECTOR

En el Currículum de Picasso destaca un hito: fue el director del museo de 1936 a 1939designado directamente por Manuel Azaña. Aunque nunca llegó a ejercer como tal (Guerra Civil de por medio), sí que solía presumir con los amigotes de que había ostentado este cargo. El caso es que no fue un hecho aislado ya que se tenía por costumbre hacer directores a los artistas más destacados del país. Artistas como Madrazo o Gisbert también destacan en el listado oficial.

EL GUERNICA EN ESPAÑA, SU PRIMERA CASA

La relación entre museo y Picasso no acabó solo con su nombramiento. Aquí se enseñó por primera vez en España la gran obra del genio cubista. Así fue por expreso deseo de su autor, que quería exponer al lado de los grandes revolucionarios de la pintura española. Eso sí, no pudo ver del todo realizado su sueño ya que él pretendía que se luciera contiguo a Las Meninas y, por razones logísticas y para respetar la cronología y reparto de salas del museo, solo se pudo exhibir en el Casón del Buen Retiro.

GOYA, EL ÚNICO QUE MIRA CARA A CARA

Este récord puede justificar que la estatua de Goya sea la única que mira cara a cara al museo. Las otras dos (dedicadas a Murillo y a Velázquez) prefieren dar la espalda.

… LA OTRA GIOCONDA 

Se trata de una copia de la enigmática obra de Leonardo da Vinci que andaba bien guardadita en los almacenes acorazados. Su descubrimiento en 2012 fue toda una noticia y durante varios meses provocó el colapso en las galerías del museo. Pasada la noticia, la Gioconda de marca blanca cuelga de una sala sin más importancia de la que tiene. Un punto a favor del museo que no ha querido darle mayor relevancia a una copia. Eso sí, deja el regusto de que esta Mona Lisa es más guapa y más femenina que la parisina.

EL CUADRO MÁS GRANDE JUNTO A LA PERLA DE LIZ TAYLOR

Se trata de la Degollación de San Juan Bautista, un inquietante lienzo del polaco Strobel que mide más de 10 metros de largo. Todo un señor mural (por sus dimensiones) que es también una divertida clase de Historia y alguna anacronía.

En 1969, un enamoradísimo Richard Burton pagó la friolera de 37.000 dólares en una subasta por la famosa perla peregrina y se la regaló a su esposa Liz Taylor. El caso es que esta joya tuvo unos Reales dueños españoles y se luce con mucho orgullo en diferentes retratos como en el ecuestre de Felipe III realizado por Velázquez o en de María Tudor, pintado por Antonio Moro. Las dos únicas maneras de ver por España este viejo tesoro.

LOS DOS PRIMEROS CUADROS IMPRESIONISTAS, EN EL PRADO

Por mucho que los ojos modernetes rechacen este museo, su colección es imprescindible para comprender la Historia del Arte. Y es que, por mucho que se diga que todo cambió con ‘Impresión, sol naciente’, los dos primeros cuadros impresionistas están aquí. El primero es la Vista del jardín de la Villa Médicis en Roma, pintado por Velázquez, donde el pintor sevillano comienza a jugar con la luz, la naturaleza y las sombras. El segundo, la imprescindible Lechera de Burdeos, uno de los últimos óleos de Goya en el que empieza a jugar con un estilo más suelto, libre y experimental que inauguraría el Romanticismo y que sería un paso fundamental y una inspiración clave para los ‘verdaderos’ impresionistas.

“Todavía estoy aprendiendo»

(escrito por Francisco De Goya en un dibujo que hizo a los ochenta años)

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